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Hacia el quiebre de las representaciones institucionalizadas

Tres aproximaciones:

Carmen Hernandez

Edgar Alfonzo Sierra

Felix Suazo

Redimensionando la mirada hacia lo social (fragmento)

CARMEN HERNÁNDEZ 

Desde mediados de los años noventa el gesto de Juan Carlos Rodríguez está marcado por el deseo de ubicarse en el centro de una lucha por reorientar el campo representacional del arte contemporáneo. Su deseo apunta hacia el quiebre de los modelos que producen y reproducen saberes que terminan en representaciones institucionalizadas. Por ello, contrariamente al rol tradicional del artista como ente "hacedor" de objetos o discursos, se propuso intervenir una realidad existente –lo etnográfico y lo artístico respectivamente– dejando en evidencia sus huellas en la discursividad de una "puesta en escena" que subvierte las categorías establecidas y privilegia otras miradas. Acertadamente Nydia Gutiérrez ha comentado sobre el impacto de las propuestas de este creador: 

“todo el campo institucionalizado del arte –donde el artista, el museo, el objeto y los procesos artísticos, así como todos los espacios de recepción y circulación, se encuentran más o menos diferenciados– resulta conmocionado, trastocado y recreado a favor de una multiplicidad de intereses tejidos racionalmente, y que de algún modo logran el objetivo de enfocar hacia esas realidades regularmente invisibilizadas, o mediadas, para el arte” (Gutiérrez, 2008: 6). 

Para la VIII edición del Premio Eugenio Mendoza, Rodríguez exhibió una instalación titulada Museo Natural Bello o reporte etnográfico desde el barrio, que agrupaba un sinnúmero de objetos de la colección “natural” de Cayita que ponían en entredicho la idea de “belleza” artística y la noción museológica de coleccionismo, sustentada en categorías previamente definidas por géneros y técnicas. Desde entonces muchas de sus propuestas artísticas son realizadas de manera conjunta con diferentes sujetos de las comunidades con las cuales trabaja, afectando así la noción de “autoría” hacia el interior del sistema del arte. 

En la Sala Mendoza, en 2000, Rodríguez presentó una muestra individual titulada Mara - Ya no mami. Las fronteras del diálogo, que invitaba a establecer un cruce de saberes representados por la institución y la figura de Cayita  que ejercía los papeles de dos personajes indígenas: Mara y Yanomami, supuestamente residentes en el contexto urbano. Se exhibía el juego identitario de este personaje por medio de la puesta en escena de una fundación cultural ficticia, cuyos dispositivos parodiaban las estrategias museísticas y disciplinares en el estudio de la experiencia estética. 

Esta exposición expresaba el deseo de descolonizar la mirada sobre la trama social representada por la subalteridad. El artista se asumía como mediador simbólico, prácticamente un simple espectador de una realidad que rebasaba las posibilidades de establecer miradas unívocas. Evidentemente que para entonces, su labor comunitaria le había permitido reflexionar sobre esas apropiaciones del "otro" (como universo no domesticado) que han propiciado la mirada autoritaria de las disciplinas humanísticas. Así, además de travestirse y convertirse en un sujeto inasible y huidizo tras la figura de una fundación ficticia Mara'Ya, Juan Carlos Rodríguez favorecía el cruce de textualidades desde desplazamientos más horizontales que verticales. ¿Podría pensarse que él intentaba traspasar la representación (de hablar en nombre del otro) por el re-presentar (volver a presentar) para así acortar las distancias mediadoras del discurso? Cuando Jesús Martín Barbero se pregunta: "¿Desde dónde pensar la identidad mientras siga imperando una razón dualista, atrapada en una lógica de la diferencia que trabaja levantando barreras, que es lógica de la exclusión y la transparencia?" (1998: 259), se comprende la dificultad de acceder a la subalteridad, pues se ha naturalizado una distancia entre los sujetos, afianzada sobre postulados dicotómicos.

 

En Mara - Ya no mami. Las fronteras del diálogo, el espacio expositivo simbolizó la plataforma pluridimensional donde se dieron cita la etnografía, la antropología, la sociología y el arte con sus dispositivos didácticos que, sin embargo, apuntaban irónicamente hacia una aproximación ficcional. Este recurso posibilitó que el “otro” –sujeto ideológicamente periférico y desconocido– con su identidad manifiestamente plural, dejara al descubierto el quiebre de las tradicionales nociones de identidad individual y ciudadana. Rodríguez posibilitó que el discurso de Cayita se insertara en una plataforma institucional sin más mediaciones que la ironización de los dispositivos comunicacionales travestidos. Según comentara Gerardo Zavarce en el encuentro reflexivo presentado durante la muestra, este artista estimuló la actividad de una “dialogicidad abierta”. 

 

 

 

 

 

 

Pero, ¿quién es Cayita? Un nombre familiar que identifica la ciudadanía de Maira Bello, quien también asume ficcionalmente los roles de Mara y Yanomami, dos personajes indígenas desterritorializados en la medida en que residen en el contexto urbano. Juan Carlos Rodríguez ha comentado que Cayita comenzó a recolectar chatarra en 1989 y a partir de esta experiencia "conoció" (asumió) a la india Yanomami. Cuando Cayita decía: "... por eso es que yo digo, que yo soy, distintas diferencias que hay en mí, sinceramente", sin proponérselo establece un rechazo a la unidad del nombre y de una identidad ciudadana cerrada en sí misma. Si consideramos la advertencia de Gayatri Spivak: "Si en el contexto de la producción colonial, el subalterno no tiene historia y no puede hablar, el subalterno femenino se ubica aún más profundamente en la sombra" (1988: 287), se puede pensar que Cayita es un sujeto consciente de su doble condición de subalteridad (de clase social y de género) y por ello se rebela frente a los modelos establecidos, según se pudo apreciar en los niveles discursivos de las representaciones fotográficas de gran formato, en sus testimonios registrados en video, en sus trajes y en sus objetos recolectados. Todas estas formas expresivas apuntaban hacia la modelación imaginaria de las identidades de lo indígena y de lo mestizo como personajes híbridos. Contrariamente a las convenciones representacionales asociadas a los sujetos femeninos, Cayita transitaba diferentes instancias asociadas a lo lúdico, contradiciendo los roles de la división del trabajo que han signado a las mujeres con el espacio privado del mundo doméstico. Contrariamente a la tradición burguesa, Cayita jugaba a dominar el espacio público como guerrera, reina y chamán, y no representaba el orden de la producción como tal, rechazando así toda posibilidad de ser dominada por las estrategias de consumo simbólico y material asociado a los grupos aborígenes o populares, lo cual quedó puesto de manifiesto en los "supuestos" objetos indígenas exhibidos en la sala, de "oscura" procedencia. Sobre el rol de Mara, ella describía su poder curativo: "Por eso yo, parada sobre los techos deste poco  e' casas, mando y quito toda enfermedad y toda maldá, porque yo soy Mara, y me gusta es la bondá".

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Cayita puede ser comprendida desde muchas perspectivas, sin embargo, su voz que aspira dejar una huella densa y pluriforme en lo colectivo, ocupó un lugar signado por el arte. Con esta exposición se propició la complicidad de dejar hablar al “otro” por medio de sus objetos y sus experiencias. 

Dios, el arte y la gente conversan más cómodos en las barriadas
EDGAR ALFONZO-SIERRA

Publicado en El Nacional, Caracas, jueves 9 de marzo de 2000, p. C/8.

 


El artista Juan Carlos Rodríguez, pastor protestante y facilitador comunitario, presenta una muestra-ficción en la sala Mendoza en coautoría con Mayra “Cayita" Bello, vecina del barrio Los Cocuyos, coleccionista de objetos de la calle e intérprete de personajes que reelaboran la identidad indígena en lo urbano
No es una muestra para mirar, sino para preguntar, cuestionarse y sentirse insatisfecho por las transitorias respuestas que surgen. Parecería contradictorio que quien propicia esta experiencia de duda sea un hombre de fe, más aún un sacerdote. Es que el artista Juan Carlos Rodríguez, pastor de una de las vertientes de la Iglesia cristiana protestante, quien desarrolla su oficio religioso desde hace diez años en barrio del sector Los Rosales, es un cuerpo de interrogantes en torno a  la creación, la fe y la acción social.
A sus significativos y espiritualmente simbólicos 33 años, Rodríguez aún se tropieza con una realidad que mezcla sin problemas sus roles de artista, sacerdote y facilitador comunitario. En un ambiente donde se cruzan valores del catolicismo popular, la santería en innúmeras ramas del protestantismo, conduce una pastoral educativa que va más allá de su doctrina y que acompaña a la comunidad en sus luchas cotidianas.

Sin embargo, lo que en la vida ordinaria se combina sin obstáculos, crea tensiones y reflexiones que emergen en la obra que Rodríguez exhibe en salas y museos. El tema: la cultura contemporánea vernácula. este es el caso de Mara Yanomami. Las fronteras del diálogo, una muestra de ecoautoría entre él y Mayra “Cayita” Bello que se presentará desde el domingo en la Sala Mendoza.

En su proceso Juan Carlos Rodríguez ha dado con una particular experiencia de observación y conocimiento con esta mujer del barrio Los Cocuyos, excéntrica dentro de su comunidad, que se dedica a la recolección de chatarra y tiene en su hogar un depósito-museo de objetos abandonados en la calle que conserva y colecciona de un modo que, según Rodríguez, se ha hecho cada vez más sutil. Cayita cultiva además la interpretación de personajes indígenas, Mara y Yanomami, para los que confecciona ropajes con telas encontradas. Mara es un indio guerrero, fuerte y corajudo, cuyas luchas son exitosas. Yanomami, en cambio, es un alma triste, que ha combatido con menos gloria y representa la marginación no sólo indígena, sino femenina. Con ambos ha realizado performances en la comunidad, conjuntamente con Rodríguez.

Con Mara-Yanomami, Las fronteras del diálogo este artista creó una exposición ficticia de la Fundación (también imaginada) Mara'ya, dedicada a estudios de las lecturas ó reinterpretaciones urbanas de las identidades indígenas nacionales. Consta de cuatro áreas formales que componen un recorrido didáctico según los cánones de exhibición conocidos en las muestras de carácter etnológico y antropológico (paneles didácticos, material documental videográfico, textos institucionales) en las que están contemplados cuatro personajes: Juan Carlos Rodríguez, Mayra Bello, Mara y Yanomami. Se suma un espacio central de encuentros en el que participarán académicos y estudiosos (reales) de antropología, sociología, artes y problemas urbanos. Esta experiencia se repetirá en las comunidades de trabajo de Rodríguez.

 

¿Podría explicar los inicios de esta propuesta artística?
-Empecé por tomar herramientas de las ciencias sociales que venían de mis estudios teológicos, para reflexionar mi experiencia en las comunidades que toman al sector la Plazoleta como ombligo e intersección. Mi cuestionamiento era cómo trasladar y reflexionar en espacios del arte mi experiencia comunitaria. Esta muestra es un modo de plantearme un vínculo entre ellas y es el preámbulo de las Jornadas para el Despertar
del Amor Comunal, que se efectuarán en la zona. Es un trabajo de coautoría que realizo con Cayita, quien evidencia las complejidades de construcción de identidad nacional, y con quien ya he presentado obras en el Premio Mendoza y la Bienal del Paisaje. Se ha discutido el tópico de que si Cayita es artista o no. Es una interrogante muy del campo, pero la creación hoy día es sólo creación. Esa es una de mis certidumbres.

A imagen y semejanza

Juan Carlos Rodríguez y Mayra «Cayita» Bello

Sala Mendoza

 

FÉLIX SUAZO

Publicado en Art Nexus, Nº 37, julio-septiembre de 2000, pp. 144-145.

 

 

 

 

 

 

 

 



En medio de un panorama cultural afectado por la incertidumbre, la Sala Mendoza de Caracas se abrió paso con una programación expositiva de gran calidad y dinamismo. Como ejemplo de ello se destaca la muestra Mara-Yanomami, de Juan Carlos Rodríguez y Mayra «Cayita» Bello. La propuesta, presentada en el mes de marzo, «trae a escena» la relación que, desde hace varios años, sostienen el artista plástico y pastor seminarista Juan Carlos Rodríguez, y Mayra «Cayita» Bello, de profesión chatarrera y vecina del barrio La bandera de Caracas. El diálogo entre ambos trascendió la afabilidad cotidiana, hasta convertirse en un ejercicio demiúrgico. Los dos han construido un escenario imaginario, coprotagonizado por las indias Mara y Yanomami, quienes se visten y danzan «a imagen y semejanza» de sus progenitores.
Sí bien los cruces entre etnografía y arte son cada vez más frecuentes en el ámbito de la cultura contemporánea, pocos de ellos se orientan hacia el estudio de las comunidades urbanas. Algo que precisamente se ha constituido en el objeto principal del trabajo de Juan Carlos y las fabulaciones de Cayita. Ellos no buscan el significado de las culturas amerindias en los lugares recónditos y selváticos de nuestra geografía, sino en medio del gran conglomerado humano que habita los cerros caraqueños. Allí, Mara y Yanomami reencarnan en la piel de Cayita, que imagina sus parlamentos, se pinta el rostro y se viste como ellas. Cayita invoca, mientras Juan Carlos facilita el ritual. El resultado es una muestra articulada a partir de fotografías, vídeos, objetos y textos que dan cuenta de estos cuatro personajes y de sus diversos puntos de vista. La propuesta está estructurada como un recorrido didáctico, que parodia las exposiciones que organizan los museos de ciencia o etnografía. Obedeciendo a esta idea, la voz de los protagonistas es doblada y editada por la Fundación Mara’ya, organización ficticia supuestamente consagrada al estudio de las etnias indígenas de Suramérica.
En realidad, la exposición conduce a consideraciones diferentes pero complementarías. En primer lugar, los autores principa/es -Juan Carlos y Cayita- se han diluido en la propia ficción que han construido, neutralizando así la posibilidad de usurpar la voz del otro o de violentar su integridad. En su lugar, la autoridad es ejercida por una entidad abstracta o ilusoria -La Fundación Mara’ya que no sólo traduce los pormenores de esta relación, sino que también ejerce sobre ésta un control patrimonial. En segundo lugar, el uso y musealización de objetos no autóctonos, sin valor etnográfico real, establecen una distancia crítica respecto al fetichismo característico en gran parte de las propuestas contemporáneas que se aproximan al tema de las culturas amerindias. Por tanto, las vasijas, imágenes y artefactos reunidos en esta muestra no remiten a ningún rito oculto, proveniente de una comunidad desconocida, sino a la experiencia cotidiana de Juan Carlos y Cayita, quienes lo emplean para «traer a escena» a las indias Mara y Yanomami. En tercer lugar, ésta es una propuesta que no se refiere a un lugar específico. Lo único que se sabe es que la geografía es también un constructo, es decir, un territorio imaginario. Si no fuera así, ¿cómo podrían reunirse la ficción y la realidad en un mismo escenario? ¿Qué razón habría para que un par de indias pernoctaran en un barrio?
La relación entre Juan Carlos, Cayita y los personajes que ellos han creado desemboca en una suerte de antropología vivencial, afincada en la experiencia y no en la supuesta objetividad de un observador externo. En ese sentido, la exposición Mara-Yanomami está ambientada en un contexto de ficción que evita convertir en trofeo la extrañeza del Otro. Ello permite cuestionarlos modelos de representación que promueven una imagen idealizada,  tanto de las culturas amerindias como de las comunidades urbanas. Más allá de lo anecdótico, prevalece la voluntad de mostrar los pliegues, cruzamientos y exuberancias de un imaginario compartido. Cayita es Mara y Yanomami a la vez; Juan Carlos es el pastor, el artista y el antropólogo. El barrio es la jungla.

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Los lugares de la mirada

Acción junto a Mayra "Cayita" Bello Barrio Los Cocuyos, 1995

Mara Yanomami, Las Fronteras del dialogo, Sala Mendoza, caracas 2000

Mara Yanomami, Las Fronteras del dialogo, Sala Mendoza, caracas 2000

A la izquierda,"objeto Mara" a la derecha Mara/Yanomami, nuevas comunidades indígenas.

Colección Cisneros, y Museo de Arte Contemporáneo de Caracas, 2001

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